Cali – Pasto – Frontera – Tulcán – Otavalo – Quito
Se acaba nuestro tiempo en Colombia y nos preparamos para cruzar la frontera a Ecuador. Varias personas nos contaron historias de horror, que cruzar tarda como seis horas, así que nos preparamos para un viaje largo. Dos chicos canadienses del hostal hacen el viaje Cali – Quito en una sentada completa de autobús. Eso supuestamente tarda 14 horas, pero nosotros aprendimos que de los horarios colombianos hay que disfrutar tomándolos con pinzas. Nosotros optamos por un trayecto en etapas, y la primera de esas es Cali – Pasto.
El autobús nocturno nos deja demasiado temprano en la terminal de Pasto, donde intentamos encontrar un bar abierto para poder tomar un café. En un principio, parece no ser posible, pero al final sí abre algún sitio y somos capaces de pedir algo. Rápidamente nos damos cuenta de que Pasto no es buen sitio para quedarse un domingo – todo está cerrado y de ese modo la ciudad nos parece muy aburrida. La plaza central es bonita, ahí es donde la gente pasa el día, pero nos cuesta encontrar un restaurante abierto donde podamos ir a cenar. Así, no sentimos la normalmente típica tristeza al hacer las maletas la siguiente mañana. Nos levantamos temprano y viajamos en autobús a Ipiales.
Muchos turistas visitan Ipiales por el aparentemente espectacular Santuario de Las Lajas – sin embargo, nosotros estuvimos en Asturias y conocemos la basílica de Covadonga. Así que nosotros, para ahorrar tiempo, comemos un Menú del Día por fenomenales 4€ en total, y ya pedimos un taxi para ir a la frontera.
¡Empieza la aventura! Las fronteras que conocimos hasta ahora (México-Belice y Belice-Guatemala) fueron muy tranquilas, pero aquí lo contrario: la frontera llena de gente. Unos quieren cambiarte dinero, otros venderte comida, pero la mayoría son venezolanos que acampan ahí. Muchos viajan sin papeles y se quedan atrapados entre Ecuador y Colombia, no pueden ir a ningún lugar. La Cruz Roja y UNICEF prestan ayuda, pero todo parece un gran caos. En migración, no controlan bien la situación y por eso hay colas larguísimas para el control. Nosotros tenemos suerte, al parecer, y solo esperamos unas tres horas. Después nos damos cuenta de que no habríamos tenido que sellar el pasaporte: puedes cruzar caminando sin que nadie te controle, pero de todos modos nos sentimos más seguros.
En taxi vamos a Tulcán, sobre todo famoso por su cementerio con arte de jardinería. La ciudad no ofrece mucho más y así caminamos un poco y buscamos un sitio para tomar un chocolate caliente. Aunque nos guste el cementerio, disfrutamos más de otras cosas. Por ejemplo, todo parece más barato que antes. Claro que no es verdad, pero Ecuador tiene como moneda el Dólar americano, y por lo tanto los precios son más bien números pequeños. Al subirnos al colectivo, en vez de 2000 Pesos nos piden 75 centavos. ¡Todo es barato! Y al parecer, en Tulcán las tiendas se agrupan. Primero pasamos por una calle donde hay varias tiendas de patatas, que de verdad solo venden patatas (aunque algunos también cebollas). Más fascinantes son quizá las tiendas de huevos, donde – claro está – solo venden huevos.
En Tulcán también nos quedamos una noche, para coger un autobús a Quito por la siguiente mañana. Sin embargo, nos aconsejan parar en Otavalo. Ahí está al parecer uno de los mejores mercados de artesanía del país. Además, la parada nos permite ir a comer un menú del día a alguna parte en vez de intentar sobrevivir con patatas fritas. En el autobús a Otavalo, entra un policía y controla todos los DNIs y pasaportes – eso nunca nos había pasado. Al final, quedamos contentos de haber sellado el pasaporte en la frontera. También se suben unas empleadas del ministerio de salúd que comprueban que todos los niños estén vacunados. Después de esos dos episodios, unas mil paradas extra para dejar subir vendedores ambulantes que venden de todo (nueces, pollo frito, helado, bebidas, patatas fritas recién hechas, etc.). Pero sí llegamos a Otavalo, después de un viaje largo y cansado, porque la carretera pasa todo el tiempo por la cordillera de los Andes. La naturaleza es espectacular, pero el estómago nos lo agradece cuando por fin se acaba el tambaleo constante del autobús.
Otavalo resulta ser buena parada para ir a comer, pero no más. Quizá hayamos llegado en mal día o mal hora, pero el mercado de artesanías está vacío y no hay mucho encanto ni magia. La parada es corta y nos subimos otra vez a un autobús, ahora ya con nuestro destino final: Quito. El último trayecto es corto, de solo dos horas y media. Llegamos a Quito hechos polvo, pero contentos, porque aquí por fin podremos descansar un poco.