Una maravilla en Iguazú
Hacemos algo loco, volando sólo por unos días a Iguazú y después a Buenos Aires. Desde Colombia, no hemos volado y procuramos evitarlo, pero Iguazú con sus cataratas nos llama y está demasiado lejos para el tiempo que nos queda en Argentina.
El vuelo vale la pena. A pesar del calor húmedo y abrumante no puedo creer todavía lo que vivimos en Iguazú. Nos encontramos en el punto donde se tocan las fronteras de tres países: Argentina, Brasil y Paraguay. Iguazú no tiene mucho que ver aparte de eso, la mayor parte del tiempo la pasamos en el lindo hostal que nos tocó.
Estamos entre los primeros que llegan a las cataratas. La entrada se parece mucho a un parque de diversiones con sus troniquetes y los planes que se entregan a la gente. Con un pequeño tren vamos hasta la catarata más alta: la garganta del diablo. En pasarelas de metal cruzamos el gigante afluente a las cataratas y de repente nos encontramos boquiabiertos en la plataforma arriba de la garganta. Rápidamente cerramos las bocas por el roción que nos moja enteros. La violencia y las masas del agua que percipita a la profundidad es sensacional.
Por suerte no hay taaanta gente en el parque (hemos oído de chinos con sus cámaras dispuestos a la violencia) y las cataratas, el paisaje de selva y el montón de mariposas que hay por aquí (me recuerda mucho al realismo mágico) – realmente es una maravilla. Varios arcoíris y nada más que el agua – ¡Valió tanto la pena venir aquí!
Nos tomamos mucho tiempo recorriendo todo el parque del lado argentino antes de volver a Iguazú donde nos acostamos aturdidos de tanta belleza.