Esos Chinos…

China – ¡qué país! Tan diferente y tan diferente a la China que nos esperábamos. Iba a ser, pensábamos, una gran locura donde no podríamos comunicarnos. Los chinos, pensábamos, iban a ser muy bordes. También teníamos muchas otras ideas sobre como iba a ser este país y a veces hasta acertamos con alguna.

Lo primero que notas cuando vas a China es que hay muchos chinos. Parece superfluo decir eso pero cuando de repente eres el único occidental en un mar de chinos que te miran de reojo e intentan sacarte fotos sin que te des cuenta (aunque te das cuenta, claro, porque disimulan muy mal), esa comprensión es muy real e intensa. La siguiente cosa que notas es, probablemente, algo que no dejarás de notar en el resto del viaje: los chinos escupen mucho en donde sea y fuman mucho (en todas partes – en el restaurante, en el tren, …). Y después, casi en el mismo instante, una moto eléctrica intenta atropellarte – esas motos están por todas partes y no hacen ruido. De hecho, no hay motos con motor de combustión.

Con el tiempo ves otras cosas, como por ejemplo los juegos en la calle. En el parque, delante de algún negocio o donde sea – siempre hay grupos jugando al mahjong o xiangqi y también a las cartas. En los lugares menos turísticos vimos salas de mahjong, básicamente salas grandes con muchas mesas de mahjong donde la gente se pasaba la tarde jugando.

Cuando llueve te encuentras hundido en un mar de paraguas que no son paraguas normales – son paraguas chinos. ¿Qué quiere decir eso? Pues que inevitablemente alguien te va a clavar la punta de su paraguas en un ojo (quizá desde una moto, porque conducen con paraguas). Me dirás: «Pero Leo, en España también tenemos muchos paraguas». Pues sí, pero no tantos. Tanto les gustan sus paraguas que hasta existen estaciones para alquilarlos – pagas unos pocos yuanes y te llevas un paraguas público que luego puedes devolver en otra estación.

El tiempo pasa y te das cuenta que el país te encanta. Hay muchas motos en China, pero todas son eléctricas. Y aunque las motos conduzcan sin respetar ninguna ley de tráfico, los coches sí conducen con mucho más cuidado – hasta paran en los pasos de peatones para dejarte pasar, cosa que nunca nos pasó en este viaje. Y con las motos empiezas a notar la China moderna. Por ejemplo ves que nadie paga en efectivo. Hay dos sistemas de pago electrónico, pero funcionan igual: escaneas el código QR de la tienda (o la estación de paraguas, o la silla de masajes automática, o la máquina automática de bebidas), pagas con tu móvil y ya está. De hecho, esos sistemas son tan comunes que los chinos no saben calcular. No sé cuántos yuanes me ahorré solo porque me devolvieron demasiado dinero. Pero no es solo eso, también en el supermercado los carritos tienen una tablet integrada – y en ese momento empiezas a preguntarte cuándo exactamente fue que nos quedamos tan atrás en tecnología en Europa.

Ese país, sin que te lo esperabas, te fascina y te alucina. Y cuanto más mires y más veas, más notas las particulidades chinas y empiezas a darte cuenta de cosas que antes no notabas. Que los chinos se hablen gritándose es una de esas cosas. Aunque estén sentados el uno al lado de otro, se gritan y a veces hasta escupen un poco porque gritan tanto. Por lo tanto, siempre hay mucho ruido por todas partes. Sin embargo, cuando hablan con el móvil (por ejemplo para preguntarle una cosa al asistente automático o para mandar un mensaje de voz), de repente susurran. No sabemos por qué. Eso no les impide luego escuchar ese mensaje de voz con el volumen a tope en el bus, para que todo el mundo pueda enterarse, claro.

Pero hay más cosas que los ruidos. Les encantan las camisetas con texto en inglés, aunque no tenga sentido – probablemente no lo entienden. Vimos a una mujer viejita que llevaba «Less Stress – More Sex». Me imagino que por la misma razón los carteles tienen traducciones raras – en un cartel ponía «conversación de agua».

También empiezas a notar que los chinos les ponen nombres poéticos a los sitios preciosos. Lo vimos por ejemplo en el parque de Zhangjiajie, donde algún sitio se llamaba «ir directamente al cielo», y en Hangzhou, donde existían los «tres estanques reflejando la luna». En general, eso se puede observar mucho y hasta hay listas de los sitios con los nombres más poéticos.

Algunas particularidades sin embargo, simplemente te tocan vivirlas y no las entiendes. Nos pasó más que una vez que al coger un autobús, la primera parada era un lavado de coches. El autobús se para, deja a los pasajeros ahí dentro y tú te quedas mirando como el bus pasa por el lavado automático mientras que el conductor espera fuera fumando. Otra cosa son las cajas de policía (a veces con ruedas) que parecen más una versión satírica de un aparato de vigilancia. Tienen cámaras mirando en todas las direcciones y la sirena constantemente encendida (pero sin sonido, solo la luz).

Y ves todas esas cosas y empiezas a reírte, al final ya nada te parece raro. Disfrutas, te lo pasas bien, quizá te vuelves un poco chino y empujas a la gente para poder sacar una foto. Quizá empieces a acuclillarte en la calle que par ellos es como estar sentado y quizá aprendas a registrarte en un hospital para conseguir una consulta (cosa que nosotros intentamos pero no fuimos capaces).

Y después de todo te das cuenta de que echarás de menos a todo eso, pero también echarás de menos la puntualidad de los trenes, que haya metros en todas las ciudades y sobre todo a los chinos. Los chinos que te saludan en la calle, se sacan selfies contigo, hacen ruido al comer y siempre intentan ayudarte si pueden.

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