Ciudad perdida – una aventura

La ciudad perdida es una zona arqueológica dentro de la Sierra Nevada de Santa Marta a una altura de 1.200 metros sobre el mar. Es imposible llegar ahí en coche o bus, hay que ir andando. Decidimos hacer un tour de trekking de cuatro días para conocer la zona y sus alrededores. La ruta del tour es difícil y cuando te registras te avisan que tienes que estar en buen estado físico y que este tour es para gente que quiere salir de su zona de confort.

Lo de “buen estado físico” más o menos, pero salir de la zona confort fijo que será lo nuestro. Haber subido al volcán en Antigua me frena un poco el entusiasmo ya que me quedé sin aliento varias veces al subirlo. Por eso pregunté antes de irnos al tour si podía ir a mi ritmo y me calmaron.

Así que nos recogen a las 8 de la mañana del día 25 para salir de la zona confort y hacer un detox de internet. Toda la gente se ve súper deportista y algunos hacen ejercicios de estiramiento antes de salir. Somos tres grupos de once personas de la agencia Expotur.

En una 4×4 nos llevan un par de horas al punto de salida en El Mamey. En el trayecto conocimos a Brooke y Alex de Estados Unidos, una joven pareja con la que pasamos un tiempo increíble. En nuestro grupo también está Minh de Austin y the family con Andica y Blaine y sus hijos Jared y Jake. Vamos bien apretados charlando sobre nuestros viajes.

 

Ciudad perdida - una aventura

 

Llegamos a El Mamey y nos dan de comer muy rico. Conocemos a nuestro guía Wilson y a dos griegos Angela y George que también se unen a nuestro grupo.

Después, empieza la primera etapa con bastantes subidas y mucho calor. Empezamos a sudar, nos dan sandía y por la tarde llegamos algo agotados al primer campamento. Wilson nos explica algo sobre plantas y sobre la coca que se cultivó en estas áreas durante mucho tiempo haciendo rico a los agricultores. El gobierno colombiano los hizo cambiar la coca por el turismo y así es como la mayoría de la gente que vive en esta región se mantiene económicamente. Se necesitan mulas para transportar comida y gas para cocinar y hacen falta campamentos para los turistas.

Los campamentos son bastante simples. No hay agua caliente, no hay señal telefónica (¿para qué la quisieras?), las camas llevan redes contra los muchos mosquitos y te dan una manta simple. Nos dan de cenar pescado (huevo para mí) y antes de las 20:30 estamos todos en la cama, mañana hay que levantarse a las 5:00.

 

Ciudad perdida - una aventura
Nuestro campamento

Toda la ropa que colgamos afuera está todavía bastante húmeda y el sol no ha salido del todo cuando vamos otra vez a caminar unas 7-8 horas. Subimos y bajamos y a nuestro lado se sube lentamente el sol. Sus rayos pasan por las montañas verdes y es increíble ver como la neblina de la noche sube por el calor del sol. Vamos a nuestro ritmo, unos esperando a los otros – nunca me sentí mal porque todos disfrutamos lo máximo de esta experiencia única.

Nos bañamos y nos lavamos en los ríos helados, nos pican los mosquitos, jugamos a las cartas por la noche, nos reímos, vemos gusanos de colores locos, colibrís, cerdos salvajes, vacas y muchas muchas mulas en el camino.

Pasamos por plantas de cacao, de plátano y probamos también la coca que en la cultura de los kogui, uno de los grupos indígenas de la Sierra, está todavía muy arraigada como doping natural. La boca se queda sorda pero eso es todo. Vemos como viven los kogui con sus familias y estamos todo el tiempo en la naturaleza increíblemente verde y hermosa.

El tercer día llegamos finalmente a la ciudad perdida. Hay que pasar por un río quitándose las botas y subimos 1.200 escalones para alcanzar la zona arqueológica que se usó para rituales religiosos. Lo que queda de la ciudad son las terrazas y bases de las casas redondas de la gente indígena. No se ha excavado toda la ciudad porque el terreno es bastante difícil de trabajar.

Después de dar tantos pasos, al estar ahí arriba con el sol que apenas va saliendo, siento una increíble libertad. Estoy agradecida por esta maravillosa experiencia.

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El mismo día bajamos y regresamos el mismo camino para estar pronto de vuelta en la civilización. Ese día es muy duro. Me duelen las rodillas y los pies, pero sigo y sigo y al final del día nos refrescamos en el río frío y todo el dolor queda olvidado.

El último día es aún más difícil para mí y la mamá del grupo (Andica nos cuidó a todos, no sólo a sus hijos) me da barras de proteínas para que recobre fuerzas. Los últimos kilómetros antes de El Mamey nos reunimos todos para llegar juntos al destino. Entramos en el pueblo y uno se siente raro. Se oye música, la gente está sentada en sus terrazas, caminamos de nuevo en piso firme.

Al fin llegamos todos muy felices de haberlo logrado y de haber vivido esta experiencia única.

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