Mondongo en Sucre

Hace tiempo habíamos decido no ir a Sucre para ahorrar tiempo, sin embargo, las chicas nos convencieron de sí ir. Después del caos de La Paz disfrutamos mucho de la repentina e inesperada tranquilidad de Sucre, una ciudad que a ratos parece más pueblo.

Sucre es una ciudad tranquila, llena de casas coloniales miuy blancas. El ambiente es relajado y por lo tanto, nosotros también estamos mucho más relajados que en La Paz. En el mercado – por cierto uno de los mejores mercados que hemos visto en todo el viaje – decidimos comer Mondongo Chuquisaqueño (menos Jana), una típica comida boliviana. Entre los miles de puestos de comida del mercado resalta uno por la inmensa cantidad de gente rodeándolo. Ese tiene que ser el mejor, pensamos e intentamos hacer cola, cosa que, como aprendemos unos segundos más tarde, es imposible. Afortunadamente, en una de las mesas nos hacen sitios y señas para que nos sentemos – los bolivianos hasta ahora están entre la gente más amable. Nuestros compañeros de mesa nos piden la comida ya que nosotros somos incapaces de identificar al camarero, por no hablar de hacernos escuchar.

La comida es rica y el puesto ese definitivamente vale la pena. Después de no ser capaces de acabarnos un menú delicioso que nos costó 2€, damos un paseo y disfrutamos del buen tiempo. El día que pasamos en Sucre es más de ocio que de turismo, compramos unas cositas, paseamos por callejones que constituyen los primeros asentamientos de la ciudad y que por alguna razón se llaman gatos (gato negro, gato blanco son p.e. los nombres de los callejones) y – sobre todo – no hacemos nada. Entre helados y parques infantiles, el día pasa volando. Nos vamos a cama temprano para llegar con fuerzas a nuestro siguiente destino: Uyuni.

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